
A propósito del 8 de marzo y la serie de reivindicaciones que se manifiestan en esa fecha, auténticas o exageradas, reales o ficticias, justificadas o injustificadas, hay una que la denominada “causa feminista” proclama, aunque no nace propiamente con ésta: el “espacio seguro”.
Se trata, en pocas palabras, de una quimera, aunque legalizada por los congresos, tolerada por los gobiernos, y eventualmente socializada por los medios de comunicación. Un autoengaño colectivo, pues ningún lugar lo es a cabalidad, y ninguno debería no serlo pese a no tener esa ‘denominación de origen’.
El Gobierno de Coahuila, a través de una Secretaría de reciente creación cuyo nombre es más largo que sus facultades reales y presupuesto a ejercer (Vinculación Ciudadana, Proyectos de Innovación Social e Inversión Pública Productiva), se subió a la ola y recientemente convirtió por decreto a los OXXO’s en “espacio seguro”, bajo el concepto “puntos violeta”. Previamente, la administración anterior, había colocado en sitios públicos “botones de pánico”, política pública que tuvo continuidad en el mismo sentido.
Ello se basa en una idea: “la vida es una batalla entre las buenas personas y las malvadas”. Nosotros contra ellos. O “la cultura de la ultraseguridad”, como la definen Jonathan Haidt y Greg Lukianoff (Planeta, 2019) en su libro “La transformación de la mente moderna (Cómo las buenas intenciones y las malas ideas están condenando a una generación al fracaso).
El tema paulatinamente ha permeado hacia otros colectivos en la entidad. “Grupos de seguridad” en WhatsApp, sectorizados y sincronizados con la Comisaría de Seguridad y Protección Ciudadana. Otros, internos, entre estudiantes de la UAdeC. Chats entre conductores de aplicación (inDrive, DiDi) donde todo el tiempo, con ansiedad externa y extrema, reportan cualquier cosa en código policial. Taxistas con funciones de halconeo, habilitados por la autoridad Municipal como instrumento de apoyo. Cámaras urbanas con reconocimiento facial.
Ojos por todas partes en pos del “espacio seguro”. El equivalente a una cámara hiperbárica dentro de un ecosistema contaminado.
No obstante, el problema de proteger ante cualquier posible riesgo, es la reacción que se genera con ello: excesivo miedo a situaciones que no son en absoluto peligrosas, improbables o superfluas.
“La obsesión moderna con proteger a los jóvenes de la “sensación de seguridad” es una de las (varias) causas del rápido aumento de las tasas de depresión, ansiedad y suicidios en los adolescentes”, mencionan Haidt y Lukianoff.
En ese sentido, la Generación Z (o la “iGen”, generación de internet, término acuñado por Jean Twenge) ha adoptado de las universidades estadounidenses, y su posterior expansión al mundo anglohablante, la necesidad de contar con “espacios seguros” y “alertas de detonante” (un etiquetado frontal a manera de sello para advertir que una obra literaria, por ejemplo, contiene pasajes que hoy, gracias al revisionismo histórico, podrían considerarse ‘machismo’, por decir algo, aún cuando en la época que fue publicada originalmente no lo eran), por si las palabras los ponen en peligro (al reactivar un trauma).
El objetivo es mantenerse ‘a salvo’ de las ideas que puedan representar una amenaza para sus creencias (o sus prejuicios). Un espacio de comodidad emocional.
Ahora bien, esto no ayuda a quienes padecen ansiedad y depresión, por el contrario, la empeora, ya que, cuando las personas están deprimidas, o cuando la ansiedad hace que su sistema se ponga en estado de alerta elevada, pueden sucumbir al “sesgo de atribución hostil”, lo que significa que son más propensas a ver hostilidad en personas, comunicaciones y situaciones benignas e incluso benévolas.
Cortita y al pie
El fenómeno tiene un origen. Las redes sociales facilitan que sus usuarios se encierren en una cámara de eco, y los motores de búsqueda y algoritmos están diseñados para darles más de aquello en lo que parecen interesados, basándose en los hábitos de lectura y visualización. Evitan mostrarles puntos de vista alternativos.
Provocan, pues, un sesgo de confirmación, y así el aislamiento electrónico de las personas con las que discrepamos permite un eventual asilamiento físico.
“Las plataformas y medios permiten a los ciudadanos replegarse en burbujas autoconfirmantes, donde sus peores temores sobre las maldades del otro lado pueden ser confirmados y magnificados”, explican Haidt y Lukianoff.
Esto, y no otra cosa, es un “espacio seguro”.
La última y nos vamos
Por lo demás, en palabras de los referidos autores, “cuando un grupo se une para protestar, construye conjuntamente un relato sobre lo que está mal, quién tiene la culpa y lo que se debe hacer para rectificar las cosas. Sin embargo, la realidad es siempre más complicada que el relato y, en consecuencia, se demoniza o idolatra a las personas, a menudo injustamente”.
Es cuánto.