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La generación violenta que nadie ve

Cada vez los menores de edad son más retraídos y agresivos a la vez. No es un prejuicio ni un sesgo de confirmación, sino una realidad.

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Cada vez los menores de edad son más retraídos y agresivos a la vez. No es un prejuicio ni un sesgo de confirmación, sino una realidad.

No es difícil correlacionar que la generación con menos contacto humano sea la más explosiva en el trato con sus semejantes. Y si bien sabemos que correlación no significa causalidad, se aproxima muchísimo.

Se ha vuelto común las peleas recurrentes afuera de los centros escolares. Multitudes azuzando a los protagonistas y “disfrutando” del violento espectáculo, mientras lo graban con sus smartphones para compartirlo más adelante.

En defensa de los jóvenes, alguien podría argumentar que éstas han ocurrido siempre, en especial durante la etapa en que biológicamente se espera un comportamiento de grupo en manada (al desarrollar un sentido de pertenencia), como en la etapa de la secundaria, sólo que antes no se inmortalizaban en video ni mucho menos eran transmitidas en vivo a través de redes sociales. Simplemente sucedían y no trascendían a la opinión pública. Actualmente, en cambio, se magnifican y su proyección es exponencial.

El contexto donde se desenvuelven tampoco es el mejor: a diario 26 jóvenes (entre 12 y 29 años de edad) son asesinados en México, en promedio, y otros 20 desaparecen, de acuerdo con el Inegi. Los homicidios se concentran en el rango de los 18 a los 29, y las desapariciones entre los 13 y 18. Son, en los hechos, “juvenicidios”, aunque no exista esa figura jurídica, pese a que el riesgo es más alto en este segmento poblacional, que para el resto de las edades.

El top 10 de artistas más escuchados durante 2024 en México —en la plataforma Spotify— se compone por ocho del género “bélico” (como eufemísticamente se llama la apología tolerada de la violencia). Por otro lado coexiste una oleada de “influencers” que destacan —y llegan entonces a los medios masivos de comunicación— por hechos delictivos, nunca por otras razones.

En ambos casos, su mercado es principalmente la juventud. Otra vez: correlación no implica causalidad, pero se acerca demasiado.

El tema permite —por lo menos— el debate sobre la reconfiguración de tipos penales y la edad punitiva, en contraesquina con la educación, sin infantilizarles ni sobreprotegerles.

El fenómeno no es necesariamente local. En España causó conmoción en días pasados el homicidio violento de una trabajadora social (35 años de edad) en la provincia de Badajoz, perpetrado por un trío de menores (14, 15 y 17 años) que permanecían bajo su tutela en un centro de protección oficial donde residían por orden judicial, sin que se tratase de un internamiento estricto para el cumplimiento de medidas judiciales (el de 15 años, para dimensionar, acumulaba 50 robos a establecimientos, y el de 14 había sido tutelado por agredir en repetidas ocasiones a su padre).

El autor de La Generación Ansiosa, Jonathan Haidt, lo explica: “A partir de 2010 ocurrió un cambio cualitativo en la naturaleza de la infancia basada en el teléfono, pues perjudica fundamentalmente cuatro cosas: privación social, falta de sueño, fragmentación de la atención, y adicción”.

Es un asunto de neurociencia. Niños y adolescentes, cuyas cortezas cerebrales frontales no están totalmente desarrolladas, ya que son las últimas en madurar, son, debido a ello, “las personas con menos fuerza de voluntad y más vulnerabilidad a la manipulación”, explica el académico.

En promedio, un joven recibe 192 notificaciones diarias en su teléfono, procedentes de las principales aplicaciones sociales y de comunicación, según un estudio publicado en 2023 por DataReportal. Esa cantidad incesante de interrupciones y distracciones, conocida como “fragmentación de la atención”, repercute a la capacidad de los adolescentes para pensar, y puede dejar una marca permanente en su cerebro, aún en proceso de reconfiguración.

Como ha demostrado Jean Twenge, los adolescentes que pasan más tiempo en las redes sociales, son más propensos a sufrir depresión, ansiedad y otros trastornos, mientras que aquellos que pasan más tiempo con grupos de gente joven (por ejemplo, jugando en equipos deportivos o participando en comunidades religiosas) tienen mejor salud mental.

En su libro Generación Dopamina, Anna Lembke menciona que “los síntomas universales de abstinencia para cualquier sustancia adictiva son ansiedad, irritabilidad y disforia”. Esta última es lo contrario de la euforia: se refiere a una sensación general de incomodidad o intranquilidad. En esencia lo que muchos adolescentes dicen sentir.

A Durkheim preocupaba en 1897, cuando publicó su obra El Suicidio (hace 128 años), que la “modernidad”, con sus rápidos y desorientadores cambios, fomentara la anomia (ausencia de normas y reglas estables compartidas) y, por tanto, el suicidio.

“Cuando sentimos que el orden social se debilita o se disuelve, no nos sentimos liberados, sino perdidos y ansiosos. Nuestro ser se encuentra desprovisto de todo fundamento objetivo. Nada que pueda servir de meta a nuestros actos”, escribió en su día.

Cortita y al pie

Hoy la Generación Z (nacidos entre 1997 y 2012), explica el autor de La Generación Ansiosa, Jonathan Haidt, “es la generación en la historia menos capaz de arraigar en comunidades del mundo real a personas conocidas que seguirán estando ahí al cabo de un año. Por el contrario, saltan a través de múltiples redes de relaciones cuyos nodos son una mezcla de personas conocidas y desconocidas, algunas de las cuales utilizan apodos y avatares, y muchas se habrán esfumado al cabo de un año, o quizá al día siguiente. La vida es un tornado diario de memes, modas y microdramas efímeros, a cargo de un elenco rotante de millones de actores de reparto. No tienen raíces que los anclen ni los nutran; no tienen un conjunto claro de normas que los limiten y los guíen en el camino a la edad adulta”.

¿Por qué empeoró, entonces, la salud mental de los chicos en la década de 2010, cuando tuvieron acceso sin trabas a todo, en todo lugar y momento, y gratis?, se pregunta Haidt, y él mismo responde: quizá porque no es sano que cualquier ser humano tenga acceso sin trabas a todo, en todo lugar y momento, y gratis.

El punto a dilucidar en estos momentos es si se trata de una generación con predisposición de “natural born killers”, o solamente seres yendo a la deriva por múltiples redes de relaciones incorpóreas, influenciados, y proclives a las circunstancias.

La última y nos vamos

No estamos identificando los síntomas de colapso psicológico masivo. O, al menos, un cambio psicológico general. Ojo.

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