
Cada 5 de mayo las tiendas, espacios públicos y hasta escuelas en los Estados Unidos colocan banderas mexicanas y otros motivos alusivos a lo que se entiende como “mexicano”, para muchos nativos de la Unión Americana se celebra “la fiesta mexicana” por excelencia; un pretexto para celebrar con comida y alcohol.
Del otro lado de la frontera, en México, el 5 de mayo pasa relativamente desapercibido como una festividad más, un asueto en algunas oficinas de gobierno o escuelas, aunque en realidad se trata de una fecha profundamente patriótica y de la que poco se comenta en la charla cotidiana o hasta los medios de comunicación.
Y es que un 5 de mayo de 1862 el ejército francés, dirigido por el experimentado general Charles Ferdinand Latrille, Conde de Lorencez, avanzó hacia México bajo pretexto de cobro de una deuda oficial, con más de 6 mil soldados bien entrenados y armados trataban de hacerse de la capital mexicana y expandir el imperio francés en América.
Del lado mexicano se preparó una defensa en la ciudad de Puebla, el responsable era el general Ignacio Zaragoza, quien desde los fuertes de Loreto y Guadalupe esperaba a los europeos con poco más de 4 mil efectivos, algunos bien equipados y otros más ciertamente improvisados, incluso dentro de las defensas mexicanas estaban los indígenas zacapoaxtlas, nativos que con machetes y palos se sumarían para detener el avance galo.
Las piezas del tablero estaban colocadas y listas para el desarrollo de la partida, pero lo que debía ser una lógica y hasta cómoda victoria para los de Francia acabó en un episodio de gloria para los mexicanos.
Durante toda la mañana del 5 de mayo de 1862 los batallones de Lorencez fueron repelidos y afectados significativamente por la infantería y cañones mexicanos, pese a las diversas estrategias por tomar los fuertes el fracaso iba en incremento, alrededor de las 2 de la tarde las bajas europeas ya se contaban por cientos y los heridos iban en aumento, los mexicanos peleaban con valor y con una organización sorprendente.
Por la tarde el propio general Lorencez tomó la decisión de reconocer la derrota en la batalla, casi 500 muertos y unos 300 heridos, muchos de gravedad, aunque la mayor derrota fue sin duda en el plano moral, en todo el mundo se supo que la élite militar europea había caído en México.
De lo anterior se escribieron muchos encabezados e informes, tal vez el más simbólico de todos fue aquel telegrama escrito por el general Ignacio Zaragoza al presidente Benito Juárez, donde en una de sus líneas se leía que “las armas nacionales se han cubierto de gloria”.
Tal vez un dato curioso es que con el tiempo la fecha se fue arraigando más en el imaginario de la población latina en los Estados Unidos, tal vez para recordar que el humilde siempre puede hacerse un hueco de gloria en la historia, tal vez para mantener un elemento de identificación cultural, o tal vez, para celebrar lo mexicano en tierras de un poderoso.
Lo cierto, es que hoy pasaron ya 163 años de aquel sorpresivo y patriótico golpe de autoridad desde México, uno que quedaría para la posteridad.