
Bogotá.- La atención de los medios ha estado desde hace poco más de una semana en el adolescente que enfundó una Glock 9 mm para dispararle en varias oportunidades al senador colombiano Miguel Uribe Turbay, quien se encuentra en estado crítico en una Unidad de Cuidados Intensivos (UCI).
La edad del joven, que tiene entre 14 y 15 años, ha sido uno de los detalles que más conmoción ha causado. Este ataque ha sido una reminiscencia de los años de violencia narco en Colombia cuando menores de sectores sociales deprimidos eran captados por los grupos criminales y organizaciones armadas para cometer los atroces crímenes que llenaron de sangre al país.
El adolescente —que habría sido captado por una estructura delincuencial que le ofreció 20 millones de pesos (casi 5 mil dólares) por matar al senador y precandidato presidencial— aseveró que había cometido el atentado por dinero y por su familia, refiere una nota de El Colombiano.
Violencia cotidiana
Al hurgar en el entorno familiar del menor, se sabe que es huérfano de madre desde que era muy pequeño. En cuanto a su padre, se conoció que se encuentra en Polonia esperando enlistarse en las fuerzas militares de Ucrania. Por ello, vive con unos tíos maternos en Bogotá.
Según El Colombiano, el entorno familiar disfuncional hizo que el joven desertara del colegio y frecuentara sitios de venta de drogas. Así, conforme a la información de su caso, recogida por el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) y citada por el medio, el menor consume sustancias ilícitas.
Un reporte del ICBF de 2022, cuando tenía 11 años, relata que recibía golpes y maltratos de su padre. Ante esto, la tía que ejerce su custodia actual habría acudido ante la institución familiar para buscar ayuda.
" Le pega puños, patadas, lo trata mal, le dice groserías, lo regaña, le dice que 'lo va romper' y que si tiene que pagarlo 'lo paga'", le dijo la mujer al ICBF.
En su colegio, en cambio, el menor maltratado se comportaba como acosador y propiciador de conflictos como "agresión y bullying hacia otros menores de edad".
El progenitor no asistió a los llamados de las autoridades del plantel para darle apoyo psicológico a su hijo, bajo el argumento de que no creía en ese tipo de terapias. A su vez, el adulto solicitó ayuda el ICBF porque su representado tenía una actitud desafiante, no cumplía las normas, era "agresivo" y no se aseaba.
Aunque el padre aseveró que no había vuelto a los castigos físicos, reconoció que su hijo le hacía perder el control, por lo que le gritaba.