
En el año de 1988, el oficial Francisco Javier Zaldívar Espino, ingresó a las filas de la Policía Municipal de Torreón, con tan solo 16 años de edad.
Cuando era niño, siempre quiso ser policía, según recuerda, su sueño era ser igual a los uniformados que veía transitar por las calles de aquel entonces.
Un día como cualquier otro, llegó a pedir informes e inmediatamente le dieron su uniforme y lo mandaron a cuidar bancos, escuelas, y tiendas de la ciudad, a partir de ese momento comenzó su carrera, aún sin contar con preparación previa.
Al cumplir un año, cuando ya era patrullero, vivió uno de los sucesos que marcó el rumbo de su carrera, al escuchar a través del radio, un asalto ocurrido en Casa Garza, el cual derivó en la muerte de algunos de sus compañeros.
A partir de ahí, por el miedo de la situación, exigió contar con capacitación para saber cómo usar el equipo brindado para su trabajo, sin embargo, no había nadie que se hiciera cargo, así que aprendió sobre la marcha.
En aquel entonces, los delitos que se presentaban eran relacionados con asaltos o riñas entre personas ebrias.
Sin embargo, todo estaba por cambiar, pues a raíz de la crisis de inseguridad vivida en el año 2012, los policías incorporados a la Dirección de Seguridad Pública Municipal, tenían no solamente que proteger a los ciudadanos, sino también a sí mismos.
AUTORIDADES COLUDIDAS
Con 36 años dentro de la corporación y más de tres décadas vivió situaciones que lo pusieron al borde del abismo.
Los altos mandos de la policía estaban coludidos con el crimen organizado, no había quién los protegiera ante las embestidas de los cárteles.
“Yo veía que los altos mandos que estaban al frente, ya no estaban del lado de nosotros, ya eran de los malos, nos tenían amenazados”.
Según Francisco, cuando quiso abandonar su trabajo ante la crisis de inseguridad y el peligro que enfrentaba, no sólo él, si no su familia, no lo dejaron y en cambio le contestaron “si te vas, van a ir por ti”.
“No me dejaron, ese día me fui a mi casa y no volví, duré dos días encerrado, pero por el miedo con las amenazas, seguí en este trabajo”
Era tanta la corrupción que se estaba viviendo, que incluso les decían que tenían que ir a “cuidar” a los criminales, y aunque insistiera en negarse a hacerlo, lo amenazaban, incluso de muerte.
“El comandante nos decía a donde irnos para cuidarlos, me acuerdo que en ese tiempo nos daban radios para y yo en varias ocasiones no quise, yo les decía que no quería ser de aquella gente, me decían que tenía cooperar, porque si no me mataban y ahí fue cuando me entró más miedo, yo los rechazaba pero llegaban y me ponían la pistola en la cabeza porque no quería cooperar”
Por la información que daban los comandantes, los grupos delictivos sabían en dónde vivían los policías, y su caso no fue la excepción, pues cuando se negó a acudir al trabajo por el miedo que tenía, llegaron hasta su casa y lo sacaron a golpes.
“Ellos eran los que estaban vendidos, cuando yo falté tres turnos, fueron por mí, me decían que o ya no era policía, que todos nosotros éramos parte de un grupo delictivo”
TEMOR POR LA VIDA DE SU FAMILIA
Así se mantuvo durante varios años, con una familia en crisis y miedo por lo que pudiera pasarle, sin ganas de comer, con noches en vela, completamente enfermo.
“Mi esposa en lo personal, lloraba mucho, ella me veía que yo ya no comía, yo no dormía, yo llegaba con mucho miedo, me entró como una enfermedad, me la pasaba en vela, a ver si no iban por mi o por mi familia”
Llegó incluso el punto en que hasta corrió a su propia familia de la casa, ante el temor de que fueran por ellos a matarlos pero nunca se fueron, siempre estuvieron con él, al pie del cañón.