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Mario Vargas Llosa: ideas de derecha, novelas de izquierda; se cierra el Boom Latinoamericano

Fallece el Premio Nobel de Literatura a los 89 años y deja un amplio legado literario

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Por: Christian García 

Saltillo, Coah.- De la misma forma en que se cierra un libro, con la muerte del novelista peruano Mario Vargas Llosa se cierra una etapa de la literatura latinoamericana y universal.

El tamaño del evento no es gratuita cuando se piensa en las novelas inmensas, desbordantes y totalizadoras que encumbraron al escritor en lo más alto de las letras, junto a una generación de autores que renovaron en la década de los 60 la forma en que se escribía y pusieron a la literatura del continente en el ojo del mundo, pues Vargas Llosa fue, junto al argentino Julio Cortázar (1914-1984), al mexicano Carlos Fuentes (1928-2012) y el colombiano Gabriel García Márquez (1928-2014), el último sobreviviente del llamado Boom Latinoamericano, lo que convirtió “en el último cherokee”, como lo definió su colega, el español Arturo Pérez-Reverte.

Nacido en Arequipa, Perú, en 1936, Vargas Llosa debutó con dos libros esenciales para la narrativa del siglo 20: los cuentos Los Jefes (1959), ganador del Premio Leopoldo Alas, y La Ciudad y los Perros (1963), novela que recibió el Premio Seix Barral, lo cual lo puso en el ojo de la crítica y los lectores. Este libro, que se considera el punto de partida del Boom, deslumbró por su manejo sólido de técnicas literarias y marcó la primera etapa literaria del escritor conformada por “obras mayores en la novelística en español y en la novela en general del siglo 20, (son) libros que me parecen muy agradables como lectura”, como define el escritor mexicano Antonio Ortuño, para quien Vargas Llosa “fue un novelista formativo, una referencia absoluta. Yo fui y he sido, porque me parece que esas cosas no terminan, un lector entusiasta de la obra fundamental de Vargas Llosa”.

Ortuño destaca del trabajo creativo del peruano “la capacidad de trabajar en registros diferentes, su manejo del lenguaje, del tiempo, de los personajes, su capacidad para trabajar con un tono lo mismo, más fresco que más coloquial, también de innovar, digamos, en ciertos momentos y territorios, pues me parece que lo convirtió en un escritor de excelencia y muy versátil en esa época”, expresó en entrevista con Zócalo.

Para el jalisciense las novelas que van de La Ciudad y los Perros, La Casa Verde (1967), Conversación en la Catedral (1969), La Guerra del Fin del Mundo (1981) y La Fiesta del Chivo (2000), conforman un corpus que reflejan una “visión bien entendida de la novelística del siglo 20, por eso me parece una referencia ineludible y un escritor mayor”.

La lectura de Ortuño sobre el trabajo de Vargas Llosa, recuerda, fue un descubrimiento en su oficio literario al encontrarse con una obra “de largo aliento, honda, ambiciosa, con muchos cambios de registro, que se interesa por temas diversos, eso para mí fue sumamente rico como lector y como jovencísimo escritor en aquella época”, ya que para él, esas novelas “siguen siendo ineludibles para cualquier lector serio de literatura en español, y creo que para cualquiera que quiera escribir en este idioma, no hay que saltarse a Vargas Llosa para escribir novelas, o al contrario, ya que hay en él una literatura ambiciosa, rigurosa, por leer el pasado y salirse un poco con las olas y las coyunturas de la actualidad. Eso es lo que me parece que va a perdurar”.

De la misma forma piensa Héctor Iván González, escritor y experto en Literatura Latinoamericana y Francesa, quien descubrió a Vargas Llosa a través de sus ensayos, especialmente Cartas a un Joven Novelista, libro en el que el peruano abre su concepción de la literatura, un juego doble entre el escritor encumbrado que era y el joven artista de la pluma que fue en su juventud. En este libro, apunta González “él va introduciendo la idea de que la literatura nos obliga, nos lleva a la libertad, por cierta rebeldía con la realidad real, una realidad que nos parece insatisfactoria, y de alguna manera por eso los regímenes totalitarios, conservadores, intolerantes, siempre han perseguido a la literatura a lo largo de los siglos, entonces es un autor que me invitó a pensar eso, la búsqueda de otras opciones, de opinar diferente”, explicó el autor de Una Leona Rampa en la Noche.

Para ambos autores, Vargas Llosa fue antes que un gran escritor, un gran lector. Fue esa disciplina la que lo ayudó a convertir sus lecturas del francés Gustave Flaubert y el estadunidense William Faulkner en la pluma estilística, vital y experimental que se siente con fuerza en sus libros, y que de alguna forma permiten comprenderlo. Sobre esas lecturas el mismo Vargas Llosa escribió algunos ensayos en los que muestra “un poco su propia poética”, señala Ortuño ejemplifica con libros como La Orgía Perpetua, sobre Flaubert, o El Viaje a la Ficción, sobre Juan Carlos Onetti.

"Creo que el mejor Vargas Llosa es una suma afortunada de la tradición de la novela decimonónica, de esas obras colosales con las que uno lo relaciona, tanto por la visión como por la densidad de las obras. Podemos hablar de Flaubert, pero también Vargas Llosa también era un entusiasta de Balzac, un entusiasta de Victor Hugo, de las obras colosales del siglo 19”, ahonda el autor de La Fila India.

Por su parte, Héctor Iván González, doctorando en Letras Francesas, señala que “son las dos grandes F lo que lo determinan: Flaubert y Faulkner”, al primero, señala el crítico, “lo lee ya grande, está en Francia cuando compra su ejemplar de Madame Bovary, y el libro lo coge mal, porque parece que Vargas Llosa vive con una herida del corazón de esas que el tiempo termina sanando, pero que en su momento pues lo marca”, mientras que “Faulkner, que es el gran padre del boom latinoamericano en el sentido de que también es fundamental para García Márquez y para Carlos Fuentes, porque es un gran experimentalista”, algo que se ve reflejado en un libro como “La Casa Verde, que es la creación de un burdel, obviamente está la generación de este otro burdel y de esta casa oscura que tiene que ver con Absalom, Absalom de Faulkner, hay un momento donde la narrativa está avanzando, aunque no sepas bien a dónde te va a llevar, la prosa avanza, avanza, avanza, como si estuvieras caminando en una ciénaga en el sur profundo de Estados Unidos o sobre el Misisipi, y creo que de ahí toma mucho. Si lees una novela de Vargas Llosa de esa época obviamente te va a referir a Faulkner, y lo hace desde el lenguaje, a través del idioma, a través de su propio color. Es un poco la crónica de su época, Vargas Llosa es un autor que sabe leer muy bien su época, y por eso es tan buen narrador, y tan buen paisajista”, explica González.

Esa capacidad de observar su mundo y las sociedades que habitó lo hizo acreedor al Premio Nobel de Literatura en 2010, pues sus novelas son una “cartografía de las estructuras de poder y sus mordaces imágenes de la resistencia, la revuelta y la derrota del individuo”, según apuntó la Academia Sueca en su acta. Una cartografía que ha ido moviendo su punto de análisis a lo largo del tiempo y que ha pasado de uno a otro lado de la política.

En sus inicios, Vargas Llosa formaba parte de “este grupo que llamamos el Boom Latinoamericano, y hay que pensar que todos ellos fueron políticamente muy activos, es decir, lo fue Vargas Llosa, lo fue García Márquez, lo fue Cortázar, lo fue Carlos Fuentes”, como señala Ortuño, pero es el caso del peruano en el que la política se teje de manera más profunda que en las otras “obras relacionadas con el Boom Latinoamericano, eso es verdad y es verdad que no se puede explicar al personaje y al escritor sin esas pasiones políticas. Desde luego hay un Vargas Llosa antes de que se lance como candidato a la presidencia de Perú, y un Vargas Llosa posterior a su derrota electoral, está esta autobiografía que a muchos los entusiasmó muchísimo. Yo la leí, no cuando salió, sino varios años después y me causó, desde luego, duda, porque mi postura es que la política es secundaria y muchas veces nociva para un escritor: a mi la literatura como una suerte de recurso de propaganda para la militancia política me parece lejanísima, es algo que a mi no me interesa de la literatura, porque a mí los escritores militantes tienden a repatearme el hígado, pero desde luego no se puede explicar el gran Vargas Llosa sin esa pasión política que, me parece se lo fue ganando”, hasta desbordarlo en los 90, cuando se lanzó como candidato a la presidencia de Perú, recuerda Ortuño.

El escritor político

Según apunta Ortuño, las lecturas de los autores decimonónicos que Vargas Llosa hizo también echan luz sobre esa faceta del autor –“Victor Hugo también era un escritor político y no se diga Balzac”, explica–, ya que en todas las novelas del Premio Nobel, desde las primeras hasta las últimas, se encuentra una lectura de la realidad política de Perú, pero también de Latinoamérica.

Creando así una crónica de los avances de la historia y su impacto en los seres, de ahí que la obra de Vargas Llosa se encuentre llena de personajes que luchan a contracorriente de los yugos que ejercen los poderes fácticos: la dictaduras de Manuel O. Odria, en el Perú en los 50, como ocurre en Conversación en la Catedral; la de Rafel Trujillo, en República Dominicana, y que trabajó en La Fiesta del Chivo, o Tiempos Recios, sobre el golpe de Estado en Guatemala. Este último definido por el mismo Vargas Llosa como una novela sobre “La América Latina del horror, de la barbarie y la violencia; un mundo muy atractivo para la literatura, pero no en la vida real, llena de injusticias”, que bien puede resumir gran parte de sus obras.

A Vargas Llosa, como apunta Iván González, “a veces lo han definido como un intelectual de derecha, pero un novelista de izquierda”, y ahonda en que “de alguna manera él siempre tuvo esa línea marcada de alejarse de la izquierda, desde el caso Padilla con la Revolución Cubana. Hay cartas de Cortázar dirigidas a Vargas Llosa que ya no les está contestando cartas o llamadas que ni a Carlos Fuentes ni al propio Cortázar les contesta, porque él se empieza a desligar de la Revolución Cubana”.

Sin embargo, explica González, “Tiempo Recios, que es una novela muy importante sobre justamente el golpe de Estado en Guatemala, es una novela que le hace justicia y por eso es una novela de izquierda” y externa, también, que ese viraje ideológico de Vargas Llosa es “de alguna manera parte de las contradicciones del continente, porque de lo que nos advirtió hace 30 años, ahorita lo puede saber cualquiera, la izquierda latinoamericana es muy deslucida, es muy poco digna de representación”.

Para Antonio Ortuño, “no se puede explicar el gran Vargas Llosa sin esa pasión política, el Vargas Llosa de los 60 y de los 70 no podía prescindir de esa pasión política pero era sobre todo una pasión literaria, hubo un momento me parece en que la política lo desbordó, y es cuando participa como candidato a la presidencia y de alguna manera a partir de ahí se convierte no solo en un escritor que habla de política sino en un personaje político, ya no se baja del ring de la política.

"Vargas Llosa después de haber sido candidato, se convierte en una presencia que en algún momento es muy festejada. Ahora se olvida que cuando cayó el bloque soviético, en esa época de lo que se llamaban las transiciones hacia la democracia a finales de los años 80 y principios de los años 90, Vargas Llosa fue bastante festejado como un intelectual valioso que había luchado contra los autoritarismos. Vino aquí a México a señalar la dictadura perfecta del PRI, que así la llamaba, ocasionando horror en algunos intelectuales de la época pero también entusiasmo entre muchos otros, fue de alguna manera uno de estos intelectuales que abanderó esa época de las transiciones hacia la democracia que él entendía como las democracias liberales”, explicó.

Famoso es el encuentro en el que Vargas Llosa habla sobre esa “dictadura perfecta” que ejercía el PRI sobre México frente al también Premio Nobel Octavio Paz, quien mantenía una relación con el partido político. Aunque fue durante la década de los 90, y los años 2000, que las ideas de Vargas Llosa dieron un giro hacia el neoliberalismo, lo cual le acarreó numerosas críticas por parte de los intelectuales de izquierda.

"Después de todo lo que pasa con el nuevo orden mundial tras el 11 de septiembre, la guerra contra el terrorismo, las polarizaciones y radicalizaciones y demás, de repente esta versión política de Vargas Llosa empieza a chocar con mucha gente que tiene ideas distintas y él redobla y triplica la apuesta en torno a esas ideas y bueno, también recordemos que tuvo amistad con políticos, admiración por Margaret Thatcher, amistad con Aznar, el presidente español, que evidentemente se produjeron chocar con un montón de personas y hay muchos, muchos, muchos artículos de Vargas Llosa políticos que creo que han envejecido mal”, agregó el autor de La Armada Invencible.

Pese a esos claroscuros que llenaron la vida política de las últimas décadas de Vargas Llosa, hay algo que es obvio para escritores y lectores, y es que su trabajo literario ahondó en las cuestiones del poder, la violencia y la maldad de una forma única.

Porque más allá de “que estuviera con Aznar, con Bush Jr., o que apoyara a Margaret Thatcher, que hablara del neoliberalismo, su obra sigue al margen de esas ideas y sigue siendo una obra valiosa”, como apunta González. Idea que Ortuño comparte pues “creo que es el momento de celebrar la vida de Vargas Llosa y celebrar las mejores obras de Vargas Llosa”.

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