La trillada frase de que el peor enemigo de un mexicano es otro mexicano, es lo que realmente viven las personas que han sido deportadas por el gobierno de Estados Unidos.
Cristian Hernández, originario de Guanajuato, tenía más de dos años radicando en Oklahoma, se dedicaba a la construcción y fue de los primeros aprehendidos en las redadas que Donald Trump realiza desde el primer día que inició su mandato.
En enero apenas entró de Presidente y me agarraron en un retén, llegaron al lugar donde estábamos trabajando, me pidieron los papeles y al comprobar que no era ciudadano americano me pusieron a disposición de migración, comentó.
Detallo que su travesía fue larga, de dos meses para poder volver a su hogar, pero allá ningún policía americano, japonés o de otro país nos trató mal, tuvo que ser otro mexicano como nosotros el que nos humilló y hasta nos robó pertenencias, señala.
Cristian llegó el martes al albergue de Nueva Rosita, recibió los beneficios del programa México te abraza y compró su boleto con rumbo a Celaya, donde, dijo, sus abuelos ya lo esperan con una olla de mole.
El sueño americano no existe y no lo digo porque me hayan deportado, allá se quedó mi esposa Natalia y mi hijo Dylan ellos son ciudadanos, pero la realidad es que no hay día libre, para tener dinero y solventar lo básico hay que trabajar de sol a sol, en nuestro país tenemos lo necesario solo que aveces nos gana la curiosidad o la avaricia y es más lo que perdemos.
Con sentimientos encontrados regresa a su hogar con una mochila a cuestas y la ventaja de que su familia americana podrá viajar sin problema para verlo, mientras él continuará trabajando pero ahora en su país natal.
